José pasa de un 5,05 al top 100 opositores | Formación Ninja

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Hay historias que resumen mejor que cualquier manual lo que significa opositar: sacrificio, constancia y evolución.

Esta es una de ellas.

En Formación Ninja hemos querido recoger el recorrido de José, un alumno que pasó de obtener un 5,05 en su primera convocatoria a alcanzar el Top 100 nacional en la siguiente. Su testimonio no solo inspira: enseña.

A través de su experiencia entenderás cómo una mentalidad adecuada, el entorno correcto y una preparación inteligente pueden transformar un intento fallido en una plaza soñada.

Este post que estás leyendo es una transcripción de una entrevista en vídeo que le hicimos ya hace unos meses, que si lo prefieres, puedes ver en este enlace:

Un camino que empezó con un 5,05

De fisioterapeuta a opositor

José es de un pequeño pueblo de Córdoba. Antes de opositar, trabajaba en sanidad: es fisioterapeuta de profesión. Habla de su pasado con gratitud, porque fue ahí donde entendió su verdadera vocación: servir a los demás.

"Yo históricamente he trabajado en sanidad, yo soy fisioterapeuta y bueno, al final mi vocación siempre ha sido ayudar, y bueno, de ahí el salto a la Policía Nacional que creo que me va a potenciar y me va a revolucionar en ese sentido y va a sacarme un poquito más de de mis capacidades."

Durante años vivió en Madrid, pero poco antes de decidirse volvió a su tierra. No fue una decisión impulsiva, sino una búsqueda de propósito. Lo cuenta con claridad:

"Yo soy de Córdoba, de un pueblo. He trabajado siempre en sanidad, pero sentía que me faltaba algo. Quería seguir ayudando, pero desde otro sitio."

Y así comenzó su camino hacia la oposición. Una decisión valiente, motivada por el deseo de crecer, aprender y aportar desde otro lugar.

La primera convocatoria y el choque con la realidad

Su primera convocatoria fue en 2023, y la recuerda como una mezcla de ilusión, caos y aprendizaje. José solo tuvo cinco meses para preparar el examen, y aun así decidió presentarse.

"Me presenté cinco meses antes y saqué cinco puntos. Cinco meses, cinco puntos. Me faltaron dos más."

Durante ese tiempo, compaginaba mudanza, trabajo y estudio, con la incertidumbre típica de quien empieza desde cero. Aun así, logró pasar las pruebas físicas y obtener un 5,05 en el examen teórico, quedándose a poco más de un punto del corte (6,1).

Lejos de verlo como un fracaso, José lo sintió como una victoria personal:

"Romper esa barrera ya era guay. Me quedé lejos, sí, pero fue una toma de contacto productiva. Vivirlo desde dentro fue una garantía para el futuro."

Aquella primera experiencia fue su bautismo como opositor. Un examen estresante —"el examen me controlaba a mí, no yo a él"—, pero también una lección de humildad.

Descubrió que la oposición no se entiende en cinco meses, y que para aprobar hay que aprender primero a opositar.

El aprendizaje clave: rodearse de la gente correcta

Si algo marcó un antes y un después en su camino fue el descubrimiento del poder del entorno.

Cuando le preguntamos cuál fue su mayor aprendizaje, no duda:

"Rodearme de la gente correcta."

Al principio pensaba que opositar era una batalla individual. Pero pronto entendió que no basta con estudiar mucho, sino con estudiar bien y acompañado.

"Crees que esto se lleva solo, que cuanto más estudies, mejor. Y realmente, pararte a pensar el entorno que te rodea, rodearte de un grupo potente, es lo que marca la diferencia.”

José aprendió de quienes ya habían pasado por el proceso:

"Este tío ha caído tres convocatorias y tripula, sabe de lo que habla. Este otro está rozándolo. Pues me pego a ellos y aprendo."

Esa humildad fue el punto de inflexión. Entendió que la oposición es una carrera de fondo que se gana con cabeza, equipo y actitud.

"El aprendizaje mayoritario es que hay que ir con humildad. Y eso te permite ponerte al nivel de los que ya están más cerca del objetivo."

Desde entonces, José ya no concibe la oposición como un reto solitario. Para él, aprobar es un trabajo en equipo, y esa mentalidad sería el motor que lo llevaría, un año después, al Top 100 de España.

Aprender a opositar: del caos al método

El segundo año de José comenzó con una idea clara: si quería mejorar, no podía hacer lo mismo. Después de la primera convocatoria, comprendió que aprobar no dependía solo de estudiar más, sino de aprender a opositar con método, estrategia y cabeza fría.

Pasó de la improvisación al control, de la intuición al sistema. Y el cambio no tardó en reflejarse en sus resultados.

El salto del papel al iPad

José siempre había sido "de papel". Folios, subrayadores y bolígrafos eran sus herramientas de toda la vida. Pero pronto descubrió que el tiempo era oro, y que la tecnología podía convertirse en su mejor aliada.

"El salto de calidad que dio la tecnología, con el iPad y la maquetación, para mí fue clave. No solo vas más rápido, sino que te permite hacerlo a placer, mucho más personalizado. Son tus apuntes."

Su proceso fue tan meticuloso como creativo. Maquetó todo el temario desde cero, aplicando jerarquías de color, subrayados y símbolos visuales para distinguir niveles de importancia.

"Había veces que cambiaba la jerarquía porque un dato me había salido en una pregunta tipo test. Entonces decía: este dato es importante, lo paso a rojo."

Esa personalización hizo que el estudio se volviera más ágil, visual y dinámico. José lo explica con una frase que resume su mentalidad:

"Hay quien piensa que maquetar no es estudiar, pero claro que cuenta. Todo minuto delante del apunte es tiempo efectivo."

El resultado fue un temario vivo, que evolucionaba con él. Si una regla ya no le servía, la cambiaba. Si un tema se actualizaba, lo editaba al momento.

El iPad se convirtió en su cuaderno de batalla.

La eficiencia como filosofía

A medida que avanzaba, José comprendió algo esencial: opositar no es estudiar sin parar, es estudiar con sentido.

Dejó atrás el "modo kamikaze" y empezó a buscar la eficiencia.

"Más no siempre es mejor. No puedo pretender estar una hora más en la biblioteca si sé que eso ya es una estallada cerebral."

Aprendió a escucharse, a reconocer cuándo su concentración bajaba y a entender que el descanso también forma parte del estudio.

"Puede ser más productivo esta hora que te pongas, puede ser más productivo si descansas lo suficiente, si sigues una planificación concreta."

Sus días comenzaron a girar en torno a una rutina equilibrada: estudio, entrenamiento y desconexión. Nunca dejó de hacer deporte.

"Yo al día sacaba una hora para entrenar. Me venía bien a nivel mental. No se trata de estudiar más, sino de llegar fresco al examen."

Así fue como la eficiencia se convirtió en su filosofía de vida: aprovechar cada minuto sin perder la calma, sabiendo que el progreso real viene de la constancia y la planificación.

Las técnicas de estudio que lo transformaron

El cambio de mentalidad vino acompañado de un cambio de método. José pasó de estudiar "como siempre" a estudiar "como funciona".

Empezó a aplicar técnicas de estudio avanzadas que transformaron su forma de retener la información:

  • Acrónimos y reglas nemotécnicas, para recordar listados y clasificaciones complejas.

  • Códigos fonéticos, especialmente útiles para datos numéricos y leyes.

  • Colores y jerarquías visuales, que convertían los apuntes en mapas mentales fáciles de revisar.

  • Notas al margen, con asociaciones personales o referencias cruzadas entre temas.

"Hasta que te enseñan bien, crees que sabes estudiar. Yo antes tenía dos subrayadores, ahora tengo cinco."

Sus apuntes se convirtieron en una extensión de su memoria: ordenados, personalizados y funcionales.

Y lo mejor de todo: estaban diseñados por y para él.

"Mucha gente me pedía mis apuntes, pero yo siempre decía: a lo mejor no te sirven. Son tuyos, tienen tus códigos, tus ejemplos, tu forma de pensar."

Ese nivel de personalización fue su gran ventaja. No se trataba solo de estudiar, sino de entrenar la mente con su propio lenguaje.

Así, José dejó de ser un estudiante más para convertirse en un opositor con método, consciente de cada paso que daba hacia su meta.

El poder del entorno: competir acompañado

Si algo cambió por completo el rumbo de José fue entender que opositar no significa estar solo.

En su primer intento había vivido el proceso como una carrera individual, encerrado entre apuntes y horarios.

Pero en su segunda convocatoria, descubrió el valor de compartir el camino: estudiar en equipo, rodearse de personas con la misma meta y apoyarse unos a otros en los momentos difíciles.

"Crees que cuanto más estudies solo, mejor te va a ir. Pero al final lo que te empuja es la gente que tienes alrededor."

Ese cambio de mentalidad marcó la diferencia entre el opositor que sacó un 5,05 y el que un año después se colocó entre los cien mejores de España.

Estudiar en equipo: una ventaja decisiva

José se rodeó de compañeros con experiencia, personas que ya sabían cómo funcionaba la oposición, cómo se preguntaba y qué errores evitar.

"Me di cuenta de que no podía hacerlo solo. Empecé a juntarme con gente que sabía más que yo. Uno llevaba tres convocatorias, otro estaba rozando el aprobado... y aprendí de todos."

Esa mezcla de perfiles creó un grupo sólido y exigente, pero también humano. Se motivaban entre sí, compartían técnicas, repasos y hasta estrategias de examen.

"Hay días que no te apetece estudiar, pero sabes que hay otro esperándote en la biblioteca. Eso cambia todo."

En esos compañeros encontró no solo apoyo académico, sino emocional. Eran su red, su equipo y, sobre todo, su impulso para seguir avanzando.

Rodearse de la gente correcta, la lección que José mencionaba una y otra vez, se convirtió en su mantra durante todo el proceso.

La diferencia entre entrenar y competir

José suele comparar la oposición con el deporte. Y no es casualidad: fue jugador de baloncesto y triatleta, dos disciplinas que exigen constancia, cabeza y resistencia.

Esa mentalidad la trasladó por completo a su preparación.

Y como decimos en Formación Ninja, hay dos tipos de atletas, y los hay igual en opositores: personas que saben entrenar y personas que saben competir.

Para él, entrenar era cada día de estudio en la biblioteca, los test, los repasos, los simulacros. Pero competir era el examen oficial, ese único día donde todo se pone a prueba.

"No hay que ser el mejor en todas las pruebas, pero no puedes ser malo en ninguna. Ese equilibrio es lo que te da la plaza."

Por eso, su grupo no solo estudiaba: entrenaban para competir. Simulaban el examen real con tiempo cronometrado, se corregían entre ellos, medían su rendimiento y aprendían de cada error.

El objetivo era claro: llegar al día del examen con la misma naturalidad con la que entrenaban a diario.

El valor de sentirse acompañado

Más allá de los apuntes y los resultados, José habla de la importancia de sentirse arropado.

"Esto es un proceso largo, con días buenos y días muy duros. Tener un equipo detrás te salva."

Cuando uno flaqueaba, los otros tiraban de él. Si un miércoles costaba estudiar, alguien mandaba un mensaje o proponía una carrera conjunta.

"El que tengas un equipo detrás, ya sea un compañero que te escuche o alguien que salga contigo a correr cuando no te apetece, eso te empuja a seguir."

Esos pequeños gestos —un mensaje, una llamada, un café compartido— se convirtieron en parte del entrenamiento.

La oposición, dice José, no solo mide cuánto sabes, sino cuánto aguantas.

Y en ese sentido, la compañía lo es todo:

"Opositar no es un mundo solitario, aunque las horas de estudio sean tuyas. Sentirte arropado, que alguien entienda tus necesidades como opositor, eso es un acierto."

En su historia, el trabajo en equipo no fue un detalle secundario, sino una de las claves de su éxito. José no solo aprendió a opositar: aprendió a hacerlo acompañado, compartiendo esfuerzo, aprendizaje y, finalmente, la alegría del resultado.

Los simulacros: el laboratorio del éxito

Si hay un punto que explica el salto de José del 5,05 al Top 100, es este: los simulacros.

A partir de su segundo año, el estudio dejó de ser solo teoría y memorización. José y su grupo convirtieron los simulacros en el eje central de su preparación, su laboratorio personal de mejora.

"El examen real ya no me sorprendía, porque lo había hecho decenas de veces antes. Lo había vivido."

Cada simulacro era una oportunidad para aprender, corregir, afinar la estrategia y medir el progreso real.

Y, sobre todo, para entrenar la mente bajo presión, justo como lo haría en el examen oficial.

Simular para dominar

José y sus compañeros diseñaron una rutina casi militar: hacían entre cinco y seis simulacros a la semana, siempre bajo condiciones reales.

"Cronometrábamos el tiempo, usábamos la plantilla oficial, y seguíamos el mismo orden de pruebas que el día del examen: primero psicotécnico, luego teórico."

Nada se dejaba al azar. Cada simulacro se trataba como un examen oficial, con silencio, concentración y corrección posterior.

"Terminábamos el examen, comparábamos resultados y podíamos saber la nota de cada uno casi al instante. Llegó un punto en que sabía cuánto había sacado mi compañero sin ver su plantilla."

La práctica constante les dio una ventaja enorme: aprendieron a controlar el examen, no a ser controlados por él.

El día oficial, José se sentó con la misma calma con la que lo hacía cada semana.

"El examen real fue uno más. Había entrenado exactamente eso, cientos de veces."

La retroalimentación: el secreto del aprendizaje profundo

Si algo diferenciaba sus simulacros de los de cualquier otro opositor era la retroalimentación.

No se trataba solo de hacer test, sino de aprender de cada fallo.

"El potencial estaba en la retroalimentación. De una pregunta salían diez."

Tras cada simulacro, dedicaban horas a analizar los errores uno por uno. Si alguien fallaba una pregunta de Unión Europea, se repasaban todas las variantes posibles: mandatos, cargos, diferencias entre instituciones…

"Vale, hemos fallado esta pregunta de la Comisión Europea. Acuérdate que son  cinco años, reelegible. No confundas con la del Parlamento, que también es cinco, pero con otro matiz.”

Y esa revisión no quedaba en el aire. Cada uno iba a su temario y corregía, destacaba o remaquetaba la información.

"Te ibas a tu apunte, lo maquetabas bien y esa pregunta no la volvías a fallar. Porque sabías que era carne de examen."

Era un proceso exigente, pero tremendamente efectivo. José lo resume con precisión:

"En los simulacros no competíamos entre nosotros, competíamos contra el error."

Gracias a esa dinámica, el aprendizaje se volvía acumulativo: cada fallo se convertía en conocimiento compartido, y el grupo entero crecía a la vez.

Construir seguridad con constancia

La clave no fue hacer un simulacro perfecto, sino hacerlos todos, semana tras semana, sin saltarse ninguno.

José convirtió los simulacros en un ritual, hasta el punto de escribir la fecha del examen oficial —1 de marzo— en cada plantilla que hacía durante cuatro meses.

"Aunque el simulacro fuera en noviembre o en enero, siempre ponía la fecha del examen real. Era mi forma de visualizarlo, de decirle a mi cabeza: este es tu día."

Esa práctica aparentemente simbólica tuvo un efecto psicológico enorme: el examen dejó de ser un evento lejano para convertirse en una cita familiar.

Cuando llegó el 1 de marzo, su mente ya había estado allí cientos de veces.

"El examen real fue el único en el que pude dar una tercera vuelta tranquila. No porque fuese fácil, sino porque estaba preparado. Tenía el control."

Los simulacros no solo le dieron agilidad y precisión, sino algo más importante: confianza.

Esa sensación de dominio, de saber que nada lo pillaría por sorpresa, fue el resultado de meses de constancia, análisis y trabajo compartido.

Y fue precisamente esa seguridad la que le permitió disfrutar del examen, algo impensable un año atrás.

El día del examen: cuando todo encaja

El 1 de marzo no fue un día más. Fue el día en el que todo encajó.

Después de meses de estudio, simulacros, correcciones y rutinas, José se sentó frente a su examen con una sensación desconocida para él: tranquilidad absoluta.

"Fue el primer examen que sentí que controlaba yo. Ya no me controlaba él."

La diferencia entre aquel José de su primera convocatoria y el de ese día era abismal. No era solo un año más de experiencia: era una mentalidad completamente distinta.

De controlar al examen a controlar el proceso

Un año antes, el examen lo había desbordado. El tiempo, la presión, las dudas… todo parecía un muro imposible de escalar.

"En la primera convocatoria el examen me controlaba a mí. Me podía el estrés, me podía la situación."

Pero ese 1 de marzo, las cosas fueron distintas. José ya había vivido ese momento decenas de veces, lo había simulado, visualizado y practicado hasta automatizarlo.

"Era el mismo examen, pero otra versión de mí. Ya sabía lo que iba a sentir, lo que iba a hacer. Lo había entrenado todo."

Nada le pilló por sorpresa. Desde cómo colocar la plantilla hasta la manera de respirar antes de empezar. Todo estaba ensayado, medido y preparado.

Ya no era un opositor improvisando: era un competidor que dominaba el proceso.

"Tenía la sensación de que nada se me escapaba. Controlé el ritmo, el tiempo, las dudas. Me sentí dueño del examen."

Estrategia, ritmo y confianza

En esta segunda convocatoria, José aplicó una estrategia quirúrgica. Sabía exactamente cuántas preguntas debía contestar, cuántas tantear y cuántas dejar sin marcar.

Llevaba una estrategia de contestar más de 90 seguras y minimizar riesgos al final.

Cada minuto estaba calculado. José dividió el examen en bloques y marcó un ritmo constante, sin precipitarse ni caer en la tentación de corregir por impulso.

"El año anterior me puse nervioso con las primeras preguntas. Esta vez no. Fui seguro, sin prisas. Sabía que iba bien."

La clave, dice, fue la práctica. Había entrenado tanto esa situación que ya no había lugar para el miedo.

Cronometraban, hacían primera vuelta limpia y una segunda para afinar. La tercera vuelta solo pudo hacerla el día del examen.

Esa familiaridad le permitió mantenerse lúcido hasta el final, evitando el cansancio mental que suele hundir a tantos opositores.

Su estrategia no solo era técnica, sino también emocional: controlar la mente para mantener la calma.

La sensación final de victoria

Cuando terminó el examen, José no necesitó mirar las respuestas correctas para saber que había hecho el examen de su vida.

"Me levanté tranquilo. No sabía si estaba dentro, pero sabía que había hecho todo lo que tenía que hacer."

No hubo euforia inmediata, sino una paz profunda. Esa sensación de haber cumplido con uno mismo, de haber hecho justicia a todo el esfuerzo invertido.

"Salí del aula con una calma que no había sentido nunca. Me dije: si tiene que salir, saldrá. Pero yo ya he ganado."

Esa serenidad, que solo llega cuando se ha trabajado con método, fue su mayor premio antes de conocer la nota.

Y cuando, semanas después, vio su resultado —Top 100 nacional—, no hubo sorpresa, solo confirmación:

"Era el fruto de todo el proceso. Lo había visualizado tantas veces que, cuando llegó, fue natural."

Ese día, José entendió que el éxito no está en aprobar, sino en dominar el proceso que te lleva hasta ahí.

El examen fue solo el cierre de un año en el que aprendió a confiar, a planificar y a competir consigo mismo hasta alcanzar su mejor versión.

La entrevista: cerrar el círculo

Si el examen teórico fue el momento en el que José demostró todo lo aprendido, la entrevista personal fue donde lo consolidó.

Era el último paso del proceso, la prueba más impredecible, esa en la que los nervios y la presión pueden echar por tierra meses de preparación.

Pero José llegó distinto: seguro, sereno y con la sensación de que estaba cerrando una etapa importante de su vida.

"Sabía que no tenía que convencer a nadie. Solo mostrar quién era y lo que había trabajado para estar ahí."

La entrevista fue, más que un examen, una conversación donde todo encajó: su recorrido, su actitud y su preparación.

Preparación con profesionales

José no dejó nada al azar. En los meses previos, se preparó con inspectores en activo, personas que conocían a fondo cómo se evaluaba la entrevista dentro del proceso selectivo.

"Ensayé con inspectores de verdad. Ellos te dan otra perspectiva: no solo te preparan para responder, sino para entender lo que buscan."

Durante esas sesiones practicó tanto la parte técnica como la emocional: cómo mantener el contacto visual, cómo estructurar una respuesta y cómo gestionar los silencios.

También trabajó la coherencia entre su discurso y su expediente, repasando su historial académico, profesional y personal para que todo fluyera de forma natural.

"Me hicieron simulacros reales. Me ponían en tensión, me interrumpían, me pedían que desarrollara una idea… Y eso me ayudó muchísimo."

Ese entrenamiento no solo le dio recursos, sino confianza. Aprendió a hablar con naturalidad, sin guiones memorizados, y sobre todo, a entender la entrevista como una oportunidad para mostrar su personalidad, no para fingirla.

El encuentro con la inspectora

El día de la entrevista se encontró con la misma inspectora jefe que le había preguntado el día del examen. Una casualidad increíble.

"Cuando entré en la sala y la vi, sonreí. Fue una casualidad increíble. Me miró y me dijo: '¿Tú otra vez por aquí?' Y los dos nos reímos."

Esa coincidencia rompió cualquier tensión inicial. José se sintió cómodo desde el primer momento, como si la vida le estuviera cerrando el círculo con un guiño.

"Sentí que todo estaba alineado. Que no era casualidad. Que había hecho las cosas bien, y por eso estaba allí."

La conversación fluyó con naturalidad. Hablaron de su experiencia en sanidad, de su cambio de rumbo hacia la Policía, y de cómo su perfil encajaba con los valores del cuerpo.

"La entrevista fue una charla honesta. Me preguntó por mis motivaciones, mis puntos débiles… y respondí desde la verdad. No quise sonar perfecto, quise sonar real."

Esa autenticidad fue su mejor carta. No se trataba de impresionar, sino de conectar.

Naturalidad, serenidad y gratitud

José recuerda esa mañana como uno de los momentos más tranquilos de todo el proceso.

"Estaba nervioso, claro, pero era un nervio bueno. El de quien sabe que ha hecho todo lo que podía."

Entró con una sonrisa y salió con otra. La entrevista no fue un juicio, sino una oportunidad para cerrar el círculo con gratitud y sentido común.

"No fui a defender un papel, fui a mostrar quién era. Si lo que soy vale, perfecto. Si no, también está bien."

Durante la conversación, aplicó lo que había aprendido durante meses: serenidad, coherencia y empatía. Respondió sin prisas, sin adornos, con la calma de quien confía en su proceso.

"La clave fue no sobreactuar. Ser natural, respetuoso y claro. No hace falta tener una respuesta brillante, sino una actitud honesta."

Cuando salió, no necesitó saber la nota. Lo había sentido. Había cerrado su proceso con la misma paz con la que salió del examen teórico.

"Ese día entendí que la Policía ya me quería dentro. Y si no, volvería a intentarlo igual, porque este camino me había cambiado."

José no solo aprobó. Creció como persona, como opositor y como profesional.

Su historia no termina en la entrevista: empieza ahí, en la puerta de una nueva vida, sabiendo que todo el esfuerzo, la constancia y la humildad habían valido la pena.

Lo que de verdad marca la diferencia

Cuando José mira hacia atrás, no habla de fórmulas mágicas ni de secretos ocultos para aprobar.

Su historia —de un 5,05 al Top 100— no se explica solo con técnica o estrategia, sino con algo más profundo: una forma de entender el proceso, de vivirlo y asumirlo con humildad, disciplina y equilibrio.

"No hay un camino fácil, pero sí uno correcto. El que haces con cabeza, constancia y gente buena a tu lado."

Porque opositar, para él, no fue solo estudiar. Fue una escuela de vida, una transformación personal que le enseñó a pensar, a gestionarse y a confiar en sí mismo.

Humildad y disciplina

Si hay dos palabras que definen su recorrido, son humildad y disciplina.

Desde el principio, José entendió que la oposición no se gana el día del examen, sino cada día que te levantas a estudiar aunque no te apetezca.

"Esto no va de ser un genio. Va de ser constante, de tener los pies en el suelo y de no creerte más que nadie, ni menos que nadie."

La humildad le permitió escuchar a los que sabían más, aceptar errores y aprender de cada corrección.

La disciplina, en cambio, lo mantuvo en marcha cuando las fuerzas flaqueaban.

"Hay días en los que no te apetece nada, y ahí es donde se mide de verdad el opositor. No cuando estás motivado, sino cuando no lo estás."

José descubrió que la clave no es hacerlo perfecto, sino hacerlo siempre.

Estudiar, descansar, entrenar, corregir, repetir. Día tras día, con paciencia.

Esa regularidad, sin grandes gestos, fue la que marcó su diferencia.

El paralelismo con el deporte

José fue jugador de baloncesto y triatleta, y ese pasado deportivo acabó siendo determinante en su forma de opositar.

"El deporte te enseña a conocerte, a escuchar al cuerpo, a no pasarte y a saber cuándo apretar."

Esa misma mentalidad la aplicó al estudio. No buscaba hacer más que nadie, sino llegar fresco al día importante.

"Si te pasas de vueltas, te fundes antes de tiempo. En la oposición pasa igual. Hay que llegar con energía, no quemado."

Comparaba sus semanas de estudio con los ciclos de entrenamiento: carga, descarga y recuperación.

Y entendió algo que muchos opositores olvidan: no se puede rendir al máximo todos los días, pero sí mantener el rumbo todos los días.

"Al final, esto va de ritmo. De no perderlo. Igual que en un triatlón, no puedes salir esprintando si te queda toda la carrera por delante."

El deporte le enseñó también a disfrutar del camino, no solo de la meta. A celebrar los pequeños avances, los días productivos, los repasos que salían bien.

"No puedes vivir solo para el día del examen. Si no disfrutas del proceso, te vas a romper."

La visión de futuro

Cuando por fin vio su nombre entre los aprobados, José no lo vivió como un final, sino como el comienzo de algo más grande.

"Aprobar no es llegar. Es empezar a servir."

Para él, la plaza no era solo un logro personal, sino una responsabilidad. La de representar con orgullo a un cuerpo que admiraba desde fuera y que ahora podría honrar desde dentro.

"La Policía Nacional no solo me da un trabajo. Me da un propósito."

Su visión de futuro es clara: seguir aprendiendo, creciendo y ayudando.

El mismo espíritu con el que empezó en sanidad ahora lo acompaña en su nuevo camino, con una motivación más madura y completa.

"He aprendido que servir es lo que me llena. Lo hacía como fisio, y ahora lo haré como policía. Cambia el uniforme, pero no el propósito."

Hoy, José habla con serenidad, con la calma de quien ha comprendido que el éxito no está solo en aprobar, sino en haber recorrido el camino con sentido.

Y si algo quiere dejarle a quienes empiezan, es esto:

"No hay que tener prisa. Aprende, entrena, rodéate bien y confía. Porque al final, si haces las cosas con cabeza y corazón, el resultado llega."

Cómo replicarlo con Formación Ninja

El recorrido de José demuestra que aprobar no depende de la suerte, sino de tener un método, constancia y acompañamiento.

En Formación Ninja seguimos esa misma idea: ayudar a cada opositor a avanzar con sentido, apoyándose en un entorno que entiende su esfuerzo y lo guía paso a paso.

1. Método claro y estructurado.

Te enseñamos a estudiar mejor, con planificación, constancia y estrategias que permiten avanzar sin perder el rumbo.

2. Acompañamiento real y humano.

No estás solo. Cada alumno cuenta con tutores que conocen el proceso, responden sus dudas y le ayudan a mantener la motivación en cada etapa.

3. Comunidad que impulsa.

La fuerza del grupo marca la diferencia. En Formación Ninja fomentamos el apoyo entre compañeros, porque sabemos que se llega más lejos cuando se comparte el camino.

4. Evolución medible.

Cada avance queda registrado para que sepas en qué punto estás y cómo mejorar. No se trata solo de estudiar, sino de progresar de forma constante y con claridad.

¿Quieres preparar tu oposición con el mismo enfoque que ayudó a José a llegar al Top 100?

Descubre cómo trabajamos en Formación Ninja

Un mensaje para quien empieza

La historia de José no es una historia aislada. Es el reflejo de cientos de opositores que empiezan con dudas, con miedo, con esa sensación de no saber por dónde empezar… y que, con el tiempo, encuentran su método, su ritmo y su equipo.

Porque José no nació sabiendo opositar. Aprendió a hacerlo. Aprendió a estudiar mejor, a organizar su tiempo, a apoyarse en otros y a confiar en sí mismo.

Y ese mismo camino es el que hoy recorren los alumnos de Formación Ninja: personas normales que han decidido dar lo mejor de sí para cambiar su vida.

"El progreso llega cuando tienes un método, una guía y alguien que cree en ti incluso cuando tú dudas."

Aprender del camino de José

El punto de partida de José fue modesto: un 5,05 en su primera convocatoria. Pero, más que un tropiezo, fue su mayor aprendizaje.

"No fue un fracaso, fue la prueba de que era posible."

Esa primera experiencia le permitió entender algo esencial: la oposición no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de hacerlo mejor cada día.

Y ahí está la enseñanza para quien empieza:

  • Que no hace falta tenerlo todo claro al principio.

  • Que el progreso no se mide por notas, sino por constancia.

  • Que el camino se recorre paso a paso, con método y paciencia.

Formación Ninja comparte esa misma visión. Por eso, cada herramienta, clase o acompañamiento está pensada para ayudarte a avanzar con sentido, sin perderte en el ruido.

En Formación Ninja creemos que opositar no es cuestión de suerte, sino de método y actitud.

La comunidad Ninja como punto de apoyo

José descubrió pronto que no se puede opositar en soledad. Que el entorno marca la diferencia.

Y en Formación Ninja entendemos eso mejor que nadie.

Aquí no eres un número ni una matrícula más. Eres parte de una comunidad que te acompaña, te escucha y te guía en cada paso.

Tu evolución queda registrada, tus dudas se responden por teléfono, WhatsApp o email, y cada profesor sabe quién eres y en qué punto te encuentras.

Toda tu evolución y tus clases quedan registradas, para que podamos ayudarte con precisión y sin confusiones.

Igual que José se apoyó en su grupo de estudio, tú tienes una comunidad completa detrás: entrenadores y compañeros que comparten tu mismo objetivo.

Porque no se trata solo de estudiar, sino de sentir que alguien te entiende, te empuja y celebra tus avances contigo.

Cuando el entorno te sostiene, tú solo tienes que concentrarte en avanzar.

Un cierre inspirador

José lo consiguió. Pasó de ser un fisioterapeuta con dudas a ser Top 100 nacional en la oposición a Policía Nacional.

Pero más allá del resultado, lo importante fue cómo llegó: con método, humildad y compañía.

Ese es el mensaje que deja su historia y el que compartimos desde Formación Ninja:

No se aprueba solo. Se aprueba acompañado.

Cada día, cientos de opositores dan su primer paso, igual que lo hizo José. Algunos lo hacen con miedo, otros con ilusión, pero todos con un mismo propósito: cambiar su vida.

Y si algo podemos asegurarte es esto:

Con el acompañamiento adecuado, la constancia y un plan que funcione, tú también puedes lograrlo.

En Formación Ninja estamos para eso.

Para enseñarte a estudiar mejor, para que no te sientas solo y para recordarte que, pase lo que pase, cada día de esfuerzo te acerca un paso más a tu plaza.

Empieza hoy. Porque la versión de ti que aprueba ya está en camino. Solo tienes que creerlo y entrenarla.

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